El sábado 17 de junio hicimos una ruta mindfulness con el grupo de mindfulness del centro Ágora, de A Coruña.
Una actividad muy especial, en la que por mi parte puse en práctica una nueva forma de enfocar este tipo de rutas, en la que la práctica de interiorización y conexión se realiza desde actos sencillos, tales como caminar, compartir, mirar, mirarse y dialogar.
Diálogo con el mundo que nos envuelve, con el grupo del que somos parte y cada quien con sus entrañas.
Para llenar de contenido y trascendencia este diálogo, lo que hacemos es descubrir la grandeza de la sencillez, el valor de la palabra que se enraiza en la experiencia y el placer de compartir con las demás personas el momento, desprendidos de juicios, con plena apertura a esa Vida de la que formamos parte.
Pero...¿Que hicimos? caminar observando nuestro cuerpo, al principio nuestras vísceras agitadas por la subida, luego nuestro sistema musculoesquelético adaptándose a las bajadas irregulares. Descubrir las razones de la alegría experimentada en los tramos más difíciles, en los que el cuerpo recuerda y revive sus recursos, ocultos por la vida urbana. Contemplar el paisaje y sentirnos unidad con él. Bañarnos y estar en las sensaciones de frescura y belleza. Dialogar sobre la experiencia, con apertura a lo que cada quien aporta. Compartir y ayudarnos cuando hizo falta. Aceptar la gratuidad de lo dado por las demás personas: la palabra amable, la reflexión, la mano, el agua, la risa. Y no complicarnos con prácticas y reflexiones ancladas en el mundo de lo formal, que tal vez ese día, en el monte, junto al río, podían ser más una pose que un gesto auténtico y profundo.
Gracias a Eduardo por contar conmigo.
Gracias a todas las personas participantes en la actividad, por la jornada de autenticidad que me regalasteis. Y por la espectacular merienda cena con la que terminamos la jornada.
Una actividad muy especial, en la que por mi parte puse en práctica una nueva forma de enfocar este tipo de rutas, en la que la práctica de interiorización y conexión se realiza desde actos sencillos, tales como caminar, compartir, mirar, mirarse y dialogar.
Diálogo con el mundo que nos envuelve, con el grupo del que somos parte y cada quien con sus entrañas.
Para llenar de contenido y trascendencia este diálogo, lo que hacemos es descubrir la grandeza de la sencillez, el valor de la palabra que se enraiza en la experiencia y el placer de compartir con las demás personas el momento, desprendidos de juicios, con plena apertura a esa Vida de la que formamos parte.
Pero...¿Que hicimos? caminar observando nuestro cuerpo, al principio nuestras vísceras agitadas por la subida, luego nuestro sistema musculoesquelético adaptándose a las bajadas irregulares. Descubrir las razones de la alegría experimentada en los tramos más difíciles, en los que el cuerpo recuerda y revive sus recursos, ocultos por la vida urbana. Contemplar el paisaje y sentirnos unidad con él. Bañarnos y estar en las sensaciones de frescura y belleza. Dialogar sobre la experiencia, con apertura a lo que cada quien aporta. Compartir y ayudarnos cuando hizo falta. Aceptar la gratuidad de lo dado por las demás personas: la palabra amable, la reflexión, la mano, el agua, la risa. Y no complicarnos con prácticas y reflexiones ancladas en el mundo de lo formal, que tal vez ese día, en el monte, junto al río, podían ser más una pose que un gesto auténtico y profundo.
Gracias a Eduardo por contar conmigo.
Gracias a todas las personas participantes en la actividad, por la jornada de autenticidad que me regalasteis. Y por la espectacular merienda cena con la que terminamos la jornada.
Comentarios
Espero que se repitan más actividades como esta