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CAMBIO INTERIOR Y CAMBIO COLECTIVO, UNA SIMBIOSIS INAPLAZABLE.

 



El filósofo Jorge Reichmann ha bautizado al  S.XXI con el nombre de "el siglo de la gran prueba". Y nada más empezar el siglo, una fuerte crisis económica, manifestación de otra mucho más profunda, la crisis ecológica, sacudió los modos de vida, sobre todo los de las sociedades occidentales. A esto hay que sumar los conflictos geopolíticos que sacuden el mundo, desde los tradicionales en Oriente Próximo hasta otros más novedosos, como la guerra de aranceles que inició EEUU,  el Brexit en la UE, o el menos seguido en España de "las islas del mar de China Meridional". Esta retahíla de conflictos diplomáticos, políticos y aún militares, que podríamos extender durante muchas más líneas, indica un cambio en los equilibrios de poder en el mundo, en el interés geoestratégico de las diferentes regiones del planeta, y añaden un extra  al desequilibrio sistémico en que vive sumida la civilización humana. 

Esta situación global se puede analizar desde diferentes puntos de vista intelectual e ideológico, pero para hacerlo, es necesario un cierto conocimiento sobre el funcionamiento de la vida, del mundo, de los sistemas económicos y de las sociedades humanas. Conocimiento científico, político, económica e histórico integrados de manera holística, para generar más comprensión. Dicho conocimiento no está vetado (al menos del todo vetado), pero sí permanece tapado por la montaña de informaciones y contenidos que conforman el menú habitual de la cultura occidental. Y fragmentados, para que iluminen menos la perspectiva de la gente. Para acceder a dicho conocimiento, y a su integración en explicaciones sistémicas, hay que partir de inquietudes previas. Por las vías tradicionales, la escuela y los medios de comunicación, lo que nos va a llegar es "la montaña" de información y fragmentación de saberes, que esconden los contenidos referidos a la crisis. Por tanto, podemos afirmar, que esos conocimientos NO están censurados, pero que NO están, ni mucho menos, socializados. 

Además, hay una sensación que emerge como una novedad inquietante, la de que nuestro modelo de mundo está agotado. La crisis, la que se intuye aunque poco se sepa de ella, la que una inmensa minoría venimos señalando desde hace tiempo, empieza a tener presencia en la conciencia colectiva.

Aquellas cosas que se intuyen pero no se racionalizan, que no se estudian ni conocen, suelen  tener efectos adversos en la psique individual y también en la colectiva.  La intuición de crisis sin los contenidos intelectuales necesarios para analizar dicha intuición, generan desconfianza en el sistema. Esa desconfianza, mal gestionada, lleva a una enmienda a la totalidad de nuestra cosmovisión. Y sobre todo, al desasosiego de muchas personas, al estrés de fondo, a la ansiedad, al miedo. Como en una película de terror, se intuye que va a pasar algo, algo malo, pero no se sabe el qué ni el porqué y ni mucho menos, como reaccionar.

En los últimos años, en las sociedades occidentales, han adquirido auge y notoriedad disciplinas de interiorización, como el yoga, el mindfulness o la meditación vipassana. Estas prácticas derivan de otras más profundas ligadas al budismo o a otras religiones orientales, aunque en occidente se sirven, mayoritariamente,  desprovistas de sus contenidos religiosos y de los preceptos éticos que originariamente promueven. Los intentos que hay de hacer un mindfulness social, se diluyen en el mercado de las prácticas de relajación. Se imponen explicaciones como técnicas de gestión de la mente, como herramientas para minimizar el estrés e incluso para mejorar la productividad (mindfulness corporativo, por supuesto el mejor pagado) o en el mejor de los casos, como sistemas de profundización en nuestra conciencia y de ampliación de la misma. Y seríamos injustos no reconociendo la labor de tanta gente en hospitales, ayudando a sobrellevar el sufrimiento.

Con la crisis, todas estas herramientas podrían servir para ayudar a la gente a gestionar la desazón que se está generando. Tal vez ayude...o no. 

El calado y profundidad de la crisis, la manera en que se nos manifiesta, con elementos intuitivos muy nítidos operando sobre una población a la que se le esconden (no niegan, pero sí esconden) informaciones cruciales para interpretar el mundo. La incapacidad de la política de partidos para trascender el marco sistémico, es decir, el capitalismo, con sus dogmas tan arraigados en la psique colectiva, que parece imposible que nos desatemos la soga que tenemos atada al cuello y que nos conduce, cada vez con más velocidad, al fondo de los abismos. La no existencia de una alternativa ya creada, teorizada a la que dirigirnos colectivamente, el reto de tener que cambiar lo que se derrumba sin la claridad de conocer el recambio. Todo un complicado entramado que está generando más angustia y dolor, más miedo y más reacciones extemporáneas, de las que podemos gestionar con las prácticas de interiorización personales.

 ¿Y eso por qué? porque los tiempos que vivimos, exigen cambios interiores en las personas y cambios colectivos en las sociedades. Porque ya no podemos desligar por más tiempo nuestra implicación en esos cambios colectivos. Porque ya no sirve militar en un movimiento social o político alternativo sin indagar al tiempo en nuestra conciencia, ampliando con esa indagación nuestra humanidad. Porque ya no podemos indagar en nuestra humanidad, sin conectar con la sociedad y con la cultura que en estos tiempos encarnan dicha humanidad. Porque ser humanidad, implica formar parte de la trama de la vida, no estar sobre ella, y esa conexión no puede ser solo intelectual, también implica los niveles más profundos de nuestra conciencia.

Ha llegado el momento de trabajar en profundidad sobre nuestras raíces, de profundizar en nuestras mentes y reconectar con nuestra humanidad más radical y más plena. Pero para que eso se produzca, es imprescindible implicarnos en el desarrollo de la conciencia colectiva, de la conciencia crítica de especie (Eudall Carbonell), por que nuestra humanidad sólo se realiza plenamente en la vida social y comunitaria. En la transformación amorosa y solidaria del mundo.

Cada quien tendremos que encontrar nuestro camino, aquél en el que nuestras aportaciones y nuestra plenitud se abrazan. No es el mismo para todas las personas, pero nos ha de llevar por una misma ruta: la de superar los dogmas de un sistema con tentáculos en nuestra psique, en la vida económica, política, cultural y jurídica y cuya continuidad, por mucho que nos duela admitirlo, es incompatible con la viabilidad  de nuestra especie.

Para cambiar el mundo tenemos que cambiar a nivel interno y para cambiar a nivel interno, tenemos que implicarnos en el cambio del mundo. Y hacerlo con rigor y profundidad, sí, pero sobre todo, con amor y alegría. El odio nutre al sistema dominante, no hay que olvidarlo.


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