Aunque fueron pocas las personas que se animaron a participar en esta actividad, la experiencia fue muy enriquecedora.
Sirvió para aquilatar el trabajo de atención plena en un contexto para la mayoría extraño, como es el monte por la noche. La disminución del sentido de la vista como proveedor de información, hace que el resto de los sentidos cobren protagonismo a la hora de configurar la experiencia del momento presente. Y eso brinda oportunidades poderosas para la atención plena: la información que llega en forma de sonido, o de tacto (el viento, los objetos del suelo), requiere de un extra de atención para ser procesada,pues el complemento visual que nos permitiría aprehender la situación sin exceso de atención, no está apenas presente. Así, de manera casi insconsciente, la presencia de cada persona aumenta.
Además, nos permitió gozar, con los sentidos ampliados por el extra de atención, de un cielo estrellado y muy hermoso. Y reconocer nuestra comarca desde la altura, observando como va disminutendo la luz urbana, a medida que nos desplazamos hacie el interior.
Y trabajar con algunas emociones que se disparan, al perder una parte de nuestras seguridades (o al menos al sentir que las perdemos).
Por fin, fue muy bonito escuchar el correr del arroyo y darnos cuenta de que además del sonido de los rápidos que teníamos cerca, podíamos escuchar saltos de agua en tramos más alejados.
Y el valor del grupo como proveedor de confianza.
Tanto me gustó la experiencia, que MÁS PRONTO QUE TARDE VOLVERÉ A PROPONERLA.
Os dejo algunas fotos, no muchas (por razones obvias), cedidas por Quili.
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