El día 24 de marzo subí desde La Granja de San Ildefonso
hasta Peñalara. Había mucha nieve, sobre todo a partir de los 1500m. Las
temperaturas eran relativamente altas y el manto blanco se encontraba pastoso y
blando. Lo normal era que me hundiese hasta las rodillas. Lo excepcional, que
me hundiese unos 20 cm y de vez en cuando, me veía metido en la nieve hasta la
mismísima cintura. Así, progresar en solitario, sin huella previa, era
agotador. Hasta el Chozo de Arangüez (a unos 1850m de altitud) sufrí, pero la
esperanza de encontrar nieve dura en la cara norte de la montaña y la belleza
espectacular del día, eran suficiente motivación para seguir adelante. Cuando
dejé atrás el chozo y empecé a ascender las inmensas palas de la cara norte (
600m de desnivel, rampas de unos 35º), seguía hundiéndome lo mismo, a veces
más, con el agravante de la fuerte pendiente. Poco a poco, las esperanzas de
que el terreno mejorase fueron desapareciendo. Veía zonas en las que parecía
que la nieve estaba helada, pero al pisar, me hundía de nuevo hasta los
muslos. El sol y la nieve, el cansancio de la jornada, el del viaje del día
anterior, un cierto dolor de cabeza y de garganta que me hacían temer una gripe…Y
la pregunta apareció.
¿Por qué sigues?
Has subido docenas de veces a esta montaña y hoy el día no
acompaña
¿Por qué sigues?
Cada paso de 40 cm apenas supone 10cm de avance real ¿Por
qué sigues?
Miro para abajo y veo mi huella, la única que hay en toda la
pala (hay huellas de esquiadores, que acaban de bajar desde la cima). Me digo
que bajar con la nieve así sería muy pesado, pero bien sé que es más pesado
seguir subiendo. Y sigo. No sé por qué, no tengo nada que demostrar a nadie, ni
a mí mismo. Sigo. No sé por qué. Lo que sí puedo afirmar es que la pregunta se
ha metido en mi cabeza y que para contestarla, tengo que investigar lo que siento,
lo que me impulsa, lo que me para…O no.
Tardo el doble de lo normal, pero llego a la cima. Allí hay
una senda sobre la nieve, hecha por los cientos de personas que desde el puerto
de Cotos hacen esa ruta. Comer y caminar sin hundirme me devuelven las fuerzas
y poco a poco la pregunta se va desvaneciendo de mi cabeza. Además, tengo una
respuesta práctica: ahora el camino de vuelta es mucho más cómodo y seguro,
gracias a que he subido.
Días después la pregunta regresa. Por qué sigues. Por qué
seguiste. Qué falta hacía…E intento indagar en mi entraña una respuesta.
Descarto el ego. Para mi historial montañero, subir o no una
vez más a Peñalara no aporta gran cosa. Si fuese el Mont Blanc, tal vez el ego
jugase un papel, pero aquí no.
¿Por qué sigo?
Me he movido en los límites de mis fuerzas para ese día.
Vacío, sentía y veía cara a cara lo que soy. Con las fuerzas al límite, la
energía necesaria para mantener pensamientos recurrentes no existe y me limito
a sentir. Una parte de mi mira a la nieve buscando las mejores opciones, otra
parte mira hacia adentro, sintiendo la cercanía de los límites. No hay miedo ni desesperación, solo la
determinación de seguir porque el camino pasa por allí y hay que andarlo,
cuesto más o menos.
Otras veces me he dado la vuelta en una montaña. Recuerdo especialmente
el Chimborazo (Andes ecuatorianos). A unos 5.500m de altitud hubo que
renunciar. No me costó trabajo. Era lo que tocaba ese día. La certeza de que
tal vez fuese la única oportunidad de mi vida de subir un “seismil” no me pesó
en absoluto. Mi camino no pasaba por allí.
¿Y cómo sabes cuando pasa el camino por un lugar y cuando
no? No lo sé, lo intuyo. Si hubiese seguido aquél día en el Chimborazo, contra
todas las señales, tal vez hubiese muerto y no habría aprendido nada. Si no
hubiese seguido contra la lógica el jueves en Peñalara, no me haría esta
pregunta ni surgiría esta reflexión.
La intuición… ¿no será una explicación a posteriori, válida
para justificar cualquier experiencia?
No lo sé. A posteriori, a priori…Todos los momentos de la
experiencia forman parte de la misma y las enseñanzas de cada experiencia van
apareciendo cuando corresponde, no en una secuencia ordenada cronológicamente.
La intuición existe desde el primer momento, pero no eres consciente de ella.
Luego miras a lo que has vivido y le pones un nombre.
Lo hermoso es el contacto con lo primordial. Los límites te
acercan a lo que eres, sin fuerzas para sacar pecho, ni para posar sonriente.
Allí, en esa frontera, hay una fuente con un agua purísima, que riega nuestra
vida. Por eso sigues. Para encontrar la fuente, beber su agua y nutrirte de su
autenticidad. No es el único camino, pero ¡Es tan hermoso!