La situación que vivimos en este año, nos obliga a investigar sobre el tipo de actividades que proponemos y la forma en la que las gestionamos. Por un lado, hay que cuidar de la seguridad del grupo, no sólo la prevención de accidentes, como siempre; ahora además la adaptación a los riesgos que la pandemia que vivimos genera. También hay que responder al aumento de la demanda de actividades de naturaleza, con una propuesta que sume belleza, respeto y aprendizaje. Además, entendemos que la crisis se inscribe en una más amplia y más profunda, la crisis ecológica, que también nos debe llevar a profundizar, en la medida de lo posible, en el desarrollo en el ámbito local de nuestras propuestas (reducción de las emisiones de co2 en nuestros desplazamientos). Y que todo esto sea asequible, pues somos sensibles a la situación que estamos viviendo.
Con todas estas premisas, nos pusimos a trabajar en un gran itinerario en el entorno del río Lambre. Un itinerario que se puede acortar o alargar según el tipo de actividad que quisiéramos ofrecer. Y decidimos ponerlo a prueba, con un pequeño y variado grupo de personas, para conocer sus valoraciones. Dos días antes de la ruta llegó un nuevo decreto anti covid-19 que nos impuso un experimento más: reducir a cinco el número máximo de participantes, más el guía. Esta vez, nuestra respuesta fue la de hacer dos grupos, uno iría con Mundo y el otro con Pepe, con una distancia de unos diez minutos. Hay que reconocer la extrañeza que nos supuso esta solución, separarnos al comenzar de gente con la que tato compartimos; también hay que apreciar la calidad de la experiencia de trabajar con grupos super reducidos.
La ruta, variada e intensa. Tramos selváticos con "recuerdos de caminos" que parecían llevar a molinos que llevan muchos años olvidados por la sociedad y abrazados por la vegetación, que los mimetiza con el paisaje.
Algunos tramos, nos sirvieron para conocer itinerarios arreglados, como la llamada "ruta de los molinos" del concello de Miño,
muy bonita y cuidada, sí, pero que no debería entenderse como un camino aislado de una realidad paisajística más amplia, más rica y más compleja.
Esa realidad incluye los pueblos...
Y como no, los tramos más olvidados y salvajes del valle, aquellos que nos ponen a prueba y nos hacen reencontrarnos con nuestras habilidades y potencialidades, aquellos que nos hacen crecer y amar a la naturaleza en cuyo seno vivimos esa experiencia de crecimiento y plenitud.
Y todo, en un contexto de gran y variada belleza, que además de los tramos más selváticos, incluye hermosos caminos y pistas fáciles pero espectaculares.