En realidad, no son las primeras reflexiones. En las pestañas de este blog podéis leer las reflexiones desde las cuales me lancé a este proyecto. Son, para ser exactos, las primeras que voy a publicar, desde que empezé con las rutas conscientes. Y eso a pesar de que soy plenamente consciente de que tres rutas son pocas para aventurar hipótesis muy elaboradas, experimentadas y juiciosas.
¿Que me mueve a compartir ahora estás ideas? Dos cosas: la primera, el caracter abierto y participativo que intento que tenga éste proyecto. Con la presentación de mis primeras impresiones, os estoy invitando a participar en el desarrollo de la idea. Y la segunda, la experiencia de ayer en Los Ancares, llena de novedades y de matices, que a mi me han dejado perplejo.
Las dos primeras rutas fueron por el alto Eume, una zona que tengo muy trabajada en otro tipo de rutas. Tan trabajada, que desde mi casa puedo programar con bastante precisión cualquier actividad. Así, cuando preparé las rutas de mindfulness, pude conciliar con bastante detalle territorio y experiencias: aquí toca tal meditación, allá tal actividad. Ese nivel de preperación no es sagrado, hay que saber saltarselo, adaptarse al grupo y al momento. Pero da tranquilidad. Y así las rutas que hicimos fueron consecuencia de la interacción entre la planificación y la realidad del grupo y del momento. Por ejemplo, en la primera ruta, nada más empezar con una meditación de pié que pretendía ser la bienvenida al lugar y al momento ¡Se puso a llover! Adiós plan...Pero la existencia de un plan facilitó, para mi, la gestión y aceptación del momento.
En las dos primeras rutas, en los grupos predominó la gente con experiencia en mindfulness o yoga. Eso para mi fue tanto una exigencia como una facilidad. El grupo ayudó un montón, cosa por la que quedé muy agradecido.
La tercera ruta, por Ancares, discurrió por un entorno que conozco bien (cuatro veces he recorrido ese camino), pero no con tanto detalle como para llevar desde casa preparada cada actividad y cada parada. Además, la incertidumbre sobre lo que vamos a encontrar es mucho más elevada, dadas las diferencias geográficas tan grandes que hay entre la costa atlántica, punto de partida (y de planificación) y la montaña lucense. Y en el grupo predominaba la gente que se acercaba por primera vez al mindfulness, al menos a nivel práctico.
¿Que pasó? Que viví con mucha fuerza una experiencia de aceptación del momento, sin juzgar, sin objetivos, abierto a las circunstancias. Y que el grupo funcionó, una vez más, de manera genial.
Empezamos con una introducción, aprovechando una zona resguardada, soleada y con intimidad. Seguimos con un tramo de silencio, con atención a las sensaciones del cuerpo, las del entorno y la forma en la que ambas se relacionan e interactúan. Y al llegar al Gran Árbol, casi al fianl de la subida, nos abrimos a compartir la experiencia. Pasamos a hablar, sí, pero de lo que estábamos viviendo, en ese momento-lugar: los detalles que cada quién apreciaba (no siempre los mismos, lo que nos permitió ver lo que veíamos y lo que veían las demás personas), lo que sentía.
Para mi fue emocionante, desde una posición retrasada en el grupo, escuchar las exclamaciones de la gente cuando iban descubriendo las impresionantes vistas de O Cotarón (un lugar mágico de la sierra). Con cada paso, una perspectiva nueva, ampliada, renovada, que la gente supo apreciar, disfrutar y compartir.
La alegría del descubrimiento, de la novedad, de lo que surje, fue mayor que en las rutas más trabajadas. La belleza (y soledad) del camino y del día, aportaron tanto o más que las actividades que yo podría programar.
Ruta abierta, hermosa e intuitiva. Para mi, una experiencia mindfulness que compartí con el grupo. La enseñanza de la experiencia fue que pasé de un papel de guía y facilitador a uno de guía que comparte. Cada quien puso para la construcción de la experiencia sus sensaciones, y yo también. Compartir, en vez de enseñar. Y resultó tan gratificante...
Y la próxima ¿Como será?